Disney es una de las industrias más icónicas e importantes del siglo XX que a lo largo de su historia ha ido creando símbolos reconocidos por todos.
En sus películas, especialmente las primeras relacionadas con princesas genera una imagen del mundo con valores sociales característicos del capitalismo y el mundo occidental. Esta industria cultural dedicada a la creación de imágenes es característica por mostrar una estética adaptada al gusto mayoritario o popular, es decir, adaptada a una cultura de masas. Se desarrolla en un mundo idealizado e inocente que en la actualidad levanta numerosas críticas y como hemos mencionado en entradas anteriores, ha tenido que evolucionar para adaptarse a esta “nueva” cultura de masas.
Con sus producciones, Disney se ha convertido en un símbolo de la cultura popular globalizada del último siglo pero analizando sus imágenes, nos encontramos con valores alejados de la modernidad y los nuevos valores de la sociedad contradiciendo a esa “modernidad” de la reproducción y comercialización masiva a la que ha sabido adaptarse para poder sobrevivir.
Disney nos ofrece una poderosa visión idealizada de los cuentos infantiles que llega a numerosos niños y niñas alrededor del mundo consiguiendo que esas historias se identifiquen exclusivamente con la gran productora estadounidense, creando un lenguaje propio y un mundo fantástico.
Los valores que más se asocian en sus películas son sin ninguna duda la bondad y belleza, y maldad y fealdad algo que tiene sus raíces en la cultura occidental y que es trasladada a las diferentes producciones y su la cultura audiovisual.
Con la imagen de las princesas se otorga un nuevo significado a la inocencia especialmente asociada a sus personajes femeninos jóvenes como lo son las princesas, inculcando a la sociedad un mundo paralelo que se ha de aceptar con naturalidad.
La productora Disney tiene unos medios de distribución tan poderosos, capaces de controlar e inculcar unos valores simbólicos a esa cultura de masas a la que pertenecemos.
También, cabe destacar los numerosos clichés que aparecen en sus películas y su esquema audiovisual con el que todos los espectadores sabemos cómo va a acabar: Érase una vez una joven con problemas familiares, conoce a un apuesto príncipe, se enamoran locamente, se casan y comieron perdices para siempre.
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